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martes, 13 de mayo de 2014

Autoestima y aprobación: ¿Cuánto valgo? Por Alicia E. Kaufmann






La autoestima es lo que pienso y siento sobre mí, no lo que piensan o sienten otras personas acerca de mí. Aunque mi familia, mi pareja y mis amigos me amen o  admiren, yo me siento  insignificante. Puedo ofrecer una imagen de seguridad y aplomo, y aun así, temblar por sentir que no soy la persona adecuada. Puedo satisfacer expectativas de otros y aun así, sentir que he fracasado.







Según  Luis Hornstein* existen  cuatro modalidades de autoestima:
  •  Autoestima es alta y estable, el sujeto "no necesita defenderla", su autoestima "se defiende  sola".
  •  Alta pero inestable, el sujeto "percibe como amenazas las críticas y los fracasos".
  •  Baja e inestable, está  "a la espera de acontecimientos exteriores que la puedan elevar".
  •  Establemente baja, "se dedica a cuidar ese poco que le queda."


La autoestima es un estuario turbulento. De muchos ríos: la infancia, las realizaciones, la trama de relaciones significativas, pero también los proyectos (individuales y colectivos) que desde el futuro nutren el presente. La hacen fluctuar la sensación (real o fantaseada) de ser estimado o rechazado por los demás; el modo en que el ideal del yo evalúa la distancia entre las aspiraciones y los logros. La elevan la satisfacción pulsional aceptable para el ideal y la sublimación. También la imagen de un cuerpo saludable y suficientemente estético. Intentan socavarla, simultáneamente, la pérdida de fuentes de amor, las presiones superyoicas desmesuradas, la incapacidad de satisfacer las expectativas del ideal del yo. Sin olvidar las enfermedades y los cambios corporales indeseados.

Las bases de la autoestima se establecen en la infancia, pero la autoestima va variando en las otras etapas de la vida.

El síndrome del impostor es crónico en personas con baja autoestima que piensan que no merecen el reconocimiento logrado. Para ellas, la verdad es otra y en algún momento saldrá a la luz. ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás? ¿Estoy trabajando bien? ¿Descuidé a mis personas queridas? ¿Mi vida es acorde con mis valores?

Para cada uno hay un entramado de proyectos que son com-partidos o compartibles y que implican el reconocimiento del otro. Ese entramado está siempre renovándose y de él deriva la autoestima. Como los proyectos son muchos y los reconocimientos difieren, es posible tener una buena autoestima en el terreno intelectual y una frágil en lo afectivo. Es difícil que fracasos y logros no irradien sobre otros sectores. Las bases de la autoestima se establecen en la infancia, pero la autoestima va variando en las otras etapas de la vida. Incluso en una misma etapa, puede ser más o menos alta, más o menos estable. La autoestima es alimentada desde el exterior.

Se podrían comparar las estrategias de inversión con las que usamos para la autoestima. La cantidad y calidad del amor recibido durante nuestros primeros años constituye un capital inicial. Los "grandes inversores", que disponen de un importante capital de salida, realizan inversiones que suponen cierto riesgo, pero que pueden generar muchos beneficios. Los "pequeños ahorristas" temen perder lo poco que poseen si corren riesgos; invierten con prudencia. De ese modo, sus beneficios están a la altura del riesgo: son bajos. Aplicado a la autoestima, este modelo "financiero" permite,  comprender por qué las personas con alta y baja autoestima utilizan estrategias distintas.

Las primeras tienen una actitud más audaz ante la existencia: corren más riesgos y toman más iniciativas, y obtienen mayores beneficios. Los segundos, son más precavidos y prudentes: se muestran reticentes a correr riesgos. ¿En qué grupo te encuentras?


 Alicia E. Kaufmann es Catedrática de Sociología.UAH. en Mujeres & Cia



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