Mientras
ellos priorizaron aprender a cazar y a matar enemigos para sobrevivir, nosotras
aprendimos a escuchar, entender, ponernos en el lugar del otro, usar la
intuición… Habilidades que –sobre todo en nuestros días- resultan muy útiles a
la hora de hacer un acuerdo.
Las mujeres,
por suerte, conforman un grupo muy diverso. Los hombres a veces caemos en el
error de generalizar al respecto de ellas. Pero en esta nota voy a hacer un
esfuerzo para no ser uno de esos hombres.
Uno de los mejores cuentos que me han
contado narraba cómo una bruja en un bosque junto a un lago le echa un
maleficio a un rey y lo condena a morir en tres meses si no responde a esta
pregunta:
¿Qué quieren las mujeres?
El rey junta a sus caballeros y les
pide ayuda. Uno de ellos sale a buscar la respuesta por el mundo pero tras
varias aventuras se enamora perdidamente de una mujer que le corresponde. Pero
ella le confiesa que tiene un drama tremendo: ella es mitad del tiempo monstruo
horrible y mitad, mujer hermosa. Puede elegir ser monstruosa de noche o de día.
El caballero se siente devastado por esta noticia y desgarrado por la pregunta
con que ella cierra el diálogo: ¿Qué prefieres, que sea bella de día y
monstruosa de noche o bella de noche y monstruosa de día?
El caballero lo piensa durante tres días
sin dormir y al final vuelve junto a su amada y se confiesa incapaz de
responder. “¡Hagamos lo que tú quieras!”, le dice. Y eso disuelve el hechizo
que aquejaba a la bella dama, que nunca más vuelve a ser un monstruo.
“La bruja que en un bosque junto a un
lago me echó este maleficio me dijo que se me iría si algún hombre descubría lo
que más queremos las mujeres y tú acabas de descubrirlo”. “¡¿Qué es?!”,
preguntó el caballero. “Que nos dejen
decidir”. El hombre la besó apasionadamente y se subió al caballo.
Cabalgó hasta el palacio del rey y le dio la respuesta que salvaría su vida.
En eso, las mujeres no son muy
diferentes a los hombres pero, en la sociedad occidental de los últimos siglos
(sobre todo cuando el músculo era sinónimo de poder casi absoluto) prevaleció
un dominio masculino sobre las decisiones que relegaron a la mujer a un rol
secundario. Así, la mujer (en términos generales y con obvias excepciones)
aprendió a negociar de manera tal de sacar su ganancia sin que el hombre se
resistiera y manejándolo con sus habilidades femeninas.
Si sumamos a esto que el hombre iba a
la guerra y a cazar el mamut mientras que la mujer quedaba en la cueva o la
casa, tendremos que la mujer desarrolló habilidades sociales más sutiles en
cuanto a sentimientos y psicología. El hombre aprendió a cazar y matar
enemigos. Podía solucionar los conflictos con un martillazo en la cabeza,
¿quién necesita aprender a negociar? Los hombres, no… Las mujeres.
Escuchar, entender, procesar, captar el
humor del otro, ponerse en su lugar, compadecer, juzgar el carácter, usar la
intuición, hablar en tono dulce, explicar como para que el otro entienda,
abrazar y contener al otro contra su pecho, ser como una madre… Todas estas son
habilidades que pueden resultar muy útiles a la hora de la negociación
creativa.
El estilo ganador-ganador en la
negociación ha demostrado ser mucho mejor que todo lo demás a la hora de medir
resultados. Los hombres estamos reconociendo nuestro lado femenino y mejorando
también. Por suerte todavía quedan muchas diferencias.
Fuente:
Francisco
Ingouville, socio de la consultora Ingouville, Nelson & Asoc. Especializada
en capacitación en habilidades de management (negociación, manejo del
conflicto, liderazgo, innovación, etc
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